Parto al vacío
De más joven siempre me jacté de un sentimiento de no tener raíces, casi un desarraigo, que me permitía viajar por varios meses, sin casi echar de menos, ni necesitar el hogar. Ahora me doy cuenta qué poco sabía del verdadero desarraigo… Es tan fácil no sentir la falta cuando sabemos que las personas están ahí, y siempre lo van a estar, la familia, y sobretodo, la persona que más nos quiere, pase lo que pase, nuestra mamá. Por muy independiente que nos sintamos, o la relación más cercana o lejana que podamos tener, el cordón está ahí, invisible, pero latente, omnipresente. La mamá incondicional que siempre está con nosotros.
Y de pronto una enfermedad terrible, sin esperanza, el futuro es negro y el corazón se oprime, todo el pecho, un dolor sofocante, poco que hacer más que acompañar, asumir, sufrir… sufrir de manera devastadora, ella, nosotros, sufrimiento universal, agobio, agotamiento…
Y viene la muerte, para aliviarla del dolor, para aliviarnos a todos de la tragedia y pesadilla que estamos viviendo, de verla así, de que hace meses que no come, no ríe, no habla, no camina… de la sombra que va quedando de ella…
Y sí, efectivamente, la muerte me alivió un poco de esa tragedia cotidiana, y por unos días, quizás semanas, o quizás meses, me adormeció con un consuelo momentáneo… un alivio sutil, convencida de que estaba tan mal, que lo mejor es que se haya ido… pero ese efecto sedante –me imagino mecanismo de defensa del ser humano ante tal dolor- con el tiempo se va desvaneciendo, y empieza la añoranza a ahogarme de recuerdos, y empiezo a necesitarla, a necesitarla mucho...
Y la desolación… porque hay que convencerse de que ya no está más. De que no habrán recuerdos nuevos. Son lo que están y se atesoran con la melancolía y nostalgia como candados eternos, que por favor los cuiden! Qué no vaya a ser que se les pierda ninguno!...
Y el desamparo… porque se siente tan clara y presente su ausencia. Y me acuerdo en el funeral que una de mis hermanas me dijo “Es que esto es demasiado triste! Te das cuenta que se murió la persona que más te quería y te va a querer en tu vida?!”. En ese minuto le solté una risa nerviosa y le dije que no fuera dramática… Pero esa frase se grabó en mi corazón como una estampa y dejó una herida de esas que no se van (no cambia en nada que me lo hayas dicho! Me habría percatado igual!). Eso de que el tiempo cura todo, no es así… bien sabemos que hay heridas que van y vienen, como esas verrugas que aparecen y después se van, para volver luego con más fuerza que nunca…
Y el desarraigo real… un vacío oscuro. He nacido de nuevo y he caído al infinito. ¿Alguna vez soñaste que te caías al infinito?... ¿Te acuerdas de la sensación? Se siente como lo contrario a un abrazo, a la contención… (dicen que esos saltos que hacen las guaguas recién nacidas, es por eso, porque están acostumbradas a estar apretaditas en la guata y una vez que nacen tienen como mucho espacio y por eso hay que apapacharlas, para que no sientan que se caen…) Eso es. Pero ahora sin nadie que te contenga. Me caigo y sigo cayendo en un espacio negro e infinito.